Todo lo que te pase en la montaña es culpa tuya
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Aquí tiene las normativas generales. Por favor respételas y, entre todos, conseguiremos un foro mejor organizado.
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Todo lo que te pase en la montaña es culpa tuya
TODO LO QUE TE PASE EN LA MONTAÑA ES CULPA TUYA…
El Maquis
Estas palabras, que no sé atribuirlas a nadie en concreto, ondeaban entre la decoración del refugio de Collado Jermoso en los tiempos de Adolfo Cuetara. En su momento me impactaron, y siempre estuve de acuerdo con ellas de alguna u otra forma.
Ahora, en mi situación actual, no puedo sino acordarme de ellas y confirmar amargamente la inmensa verdad que esconden. La armé buena y me espera una aún peor. Recuerdo a Joe Simpson y su canción de Boney M, aunque mi situación es imposible de comparar. No lucho contra la muerte saliendo hacia delante en busca de una salvación incierta; sino que mi vida no corre peligro alguno, mi salud es mala pero no crítica y espero pacientemente por un rescate que se que vendrá tarde o temprano.
Son las 12 de la noche. La Norte del San Carlos, el macizo central de los Picos de Europa. Hace seis horas que estoy sólo y creo que aún tengo por delante una larga espera. El frío y el dolor forman una extraña combinación que entumecen y despiertan mi cuerpo simultáneamente. Bebo un poco y como una chocolatina sin hambre. Me muevo ligeramente, todo lo que puedo. Entre ataques de tiritonas, muevo también los dedos casi continuamente. Espero y tengo sueño. Veo y oigo pasar aviones. Los rudimentos de astronomía que tengo me sirven para entretenerme mirando al cielo. A primera hora de la noche pude ver Tauro y Las Pléyades, también Casiopea. Ahora, tengo la Osa Mayor encima de mi cabeza. La Estrella Polar me marca la conocida posición del Norte, y el Dragón serpentea entre las dos Osas. Estrellas fugaces: ¿Leónidas o Gemínidas? Espero y tengo sueño. ¿Dónde estará mi compañera? ¿Estará bien? ¿No le habrá ocurrido nada en el camino desde Fuente Escondida al Cable?
Pienso en lo que me espera de aquí en adelante. También pienso en la jornada de hoy; repaso los movimientos, corrijo el fatal y último error: Por aquí no, mejor agárrate aquí. No subas el pie derecho, encájalo por otro lado… y pienso en mi cúmulo de fallos de la jornada.
El embarque
Salimos en los primeros viajes del teleférico de Fuente De, el domingo 16 de Diciembre. La previsión meteorológica es muy buena. La ruta de hoy, la Norte del San Carlos, frente a Cabaña Verónica. 300 metros de ruta de III/2 sin grandes dificultades, máximo 60º y un rápido descenso caminando por San Luis hasta El Cable. A las 3, deberíamos estar bajando ya. Si las cosas se tuercen, siempre podemos bajar por la Jenduda con los frontales. Materiales, llevamos las cuerdas de clásica, piolets y crampones, estacas y ancla, tornillos de hielo, clavos, y algunos fisureros. El ocho siempre en la mochila, por si hubiera que rapelar. Cordinos de sobra, nunca se sabe.
Hace calor en el camino a Fuente Escondida. En hora y cuarto llegamos allá. Hay poca nieve, puede que la Norte no esté formada. En Fuente Escondida sacamos los pinchos, comemos, bebemos y miramos las condiciones. Decidimos que por lo menos lo intentaremos. Puede que éste sea nuestro primer error.
La aproximación a pie de vía es pesada, rioladas de nieve polvo sin transformar nos hunden hasta la cintura en los ventisqueros. En otras secciones, la nieve está dura y esperanzadora. Rodeamos la montaña hasta encarar una canal que creemos es la nuestra. Son las doce y media y ya vamos algo justos de tiempo, pero esperamos hacer cumbre entre las tres y las cuatro. El primer error nos llevará a un embarque del que ya no saldremos. Esta canal no tiene una pendiente muy pronunciada (sobre 45º) pero presenta un par de resaltes en roca que nos hace encordarnos para prevenir la caída. Encontramos un clavo con mosquetón, que nos da confianza; creemos que estamos en la ruta buena. Tras un primer largo rápido y sin complicaciones, encaramos un par de ellos en ascensión diagonal a la derecha. El croquis no marca ningún desvío a la derecha hasta salir a la cima, y nosotros lo sabemos, pero los buenos campos de nieve sin inclinación que vemos nos hacen pensar que podremos rodear la banda rocosa que se levanta sobre nuestras cabezas y luego retomar la vía ¡Otro error! ¡Y que importante es éste! ¿De verdad nos creíamos capacitados? ¿Somos tan competentes para marcarnos variantes y salir airosos de éstas?
La caída
Ahora, estamos justo bajo la cima principal. Sabemos que vamos desviados, y sobre nosotros tenemos una pared rocosa que podríamos trepar sin grandes dificultades. Será más dura de lo que parece desde abajo, pero consigo salir del trance sin morirme del miedo. Sólo dos seguros en este tramo, para el siguiente prometo asegurar mejor, por mi bienestar físico y mental. Ahora estamos en una terraza, con una buena reunión en mejor puente de roca. Una canal helada con un corto resalte y un posterior muro de roca nos separan de lo que creemos que es la cima. Ya son las cuatro de la tarde, y las posibilidades se agotan rápidamente. Con dos horas de luz y sabiendo que no volveremos al teleférico, nos planteamos dos alternativas: Abandonar y empalmar rápeles para retroceder por nuestros pasos, o intentar uno o dos largos más para salir a cresta y bajar andando de la cima. La socia es partidaria de la primera opción; yo dudo, pero al final me decido por la segunda. El error fatal.
Salgo a pegarme con el resalte de hielo, que me deja sin fuerzas y en el que dejo un buen tornillo de hielo (otro colocado testimonialmente que ni me molesto en recuperar, ya lo hará la segunda) Ahora, me toca quitar los pinchos y ponerme a trepar por donde creo que no tendré dificultades, un corto muro de roca que parece conduce a un rellano. Voy tan cómodo que ni me molesto en asegurar los pinchos para que no se caigan del seguro emplazamiento donde están. Otro error, aunque éste no tendrá complicaciones. Un empotrador que se mueve es mi más cercano seguro. Pero la salida es más complicada de lo que parecía, y las fuerzas no responden. No siento los pies, y las manos me fallan. Subo el pie derecho, y creo que está firme, me agarro a un saliente, me quedo sin fuerzas. Es curioso, pero el miedo al vuelo desaparece y la convicción de que está ahí lo sustituye. No hay pánico, mi mente se prepara para lo que viene. Intento preparar el cuerpo para el aterrizaje…
Siento el viento, y me veo dar tumbos por la canal. No siento dolor, veo el mundo rodar a mi alrededor. Mi único pensamiento, sereno, ¡quién lo diría!, es “¿Cuándo pararé?”
De repente, me detengo. La socia está debajo de mí. El sistema funciona, me he parado. Miro hacia arriba, cuelgo del tornillo de hielo ¿el empotrador? Reviso mi cuerpo. La cabeza y espalda parece que están bien, las manos responden. Los pies arden de dolor. Enseguida me doy cuenta: los tobillos. La he jodido bien. Mi pierna derecha pasa por encima de mi cabeza atrapada por la cuerda, y la izquierda cuelga inerte y ardiente. La he cagado del todo. La que nos espera.
La socia me desciende los pocos metros que me separan de la reunión. Duele mucho, pero no tengo otra opción. Recoge el guiñapo en que se ha convertido su compañero y lo asegura a la reunión. Rescatar las cuerdas de debajo de mi cuerpo es un proceso lento y doloroso, que lleva sudor y lágrimas. Fumamos para calmar el dolor y templar el ánimo, y miramos a nuestro alrededor. Son casi las cinco de la tarde y estamos atrapados en un desierto helado. La he cagado, y la socia está atrapada conmigo. Hay que pensar en la forma de salir. Hay que evitar que caigamos en el pánico, y ser metódicos en los movimientos.
No hay cobertura, lógicamente. Gritamos a Cabaña Verónica, tan cercana. Mariano no está, y creemos que nuestras voces se las llevará el viento. No vemos a nadie, ni oímos a nadie. Las masificaciones del verano no son las del invierno, y Picos es un desierto de hielo del que tenemos que escapar. Gritamos un rato, hasta que ya sabemos que no tendremos respuesta. Hay que tomar decisiones.
La soledad
El autorrescate me parece complicado. Soy más pesado que la socia y nos puede llevar una eternidad llegar al pie de vía, aparte de la agonía que me supondrá. Mi posición es cómoda, bajo la muralla cimera del San Carlos, y tengo vista al pie de vía. Fríamente, decidimos que ella tiene que bajar mientras yo espero al rescate. Mientras prepara el primer rápel, saco la manta de aluminio y me abrigo con todo lo que tengo. Me preparo para pasar el rato lo mejor que pueda. Ella también esta lista. Un “hasta ahora”, un abrazo, y desaparece de mi vista. Al poco rato, recupera cuerda. Veo desparecer mi último vínculo físico con la humanidad, y me siento triste.
La animo. Poco a poco. Con calma. Ya son más de las seis de la tarde. Mi transmisor voló en la caída, al igual que el frontal (de forma misteriosa, ya que estaba en la seta de la mochila; en las manos tengo lo que queda de él, el cristal). A voces, me comunica sus progresos en el descenso, ya dentro de la oscuridad de la noche. Un último grito ya en la noche, “¡¡¡Llegueeeeeeeeeeeeeee!!!” “¡¡¡oiiiiiiiiiiiiiiidooooooo!!!”; veo su frontal desparecer hacia Fuente Escondida.
Ahora estoy sólo. Sólo y triste.
Redes
Nunca sabes cómo vas a actuar hasta que te encuentras en una situación crítica. Afortunadamente, para lo histérica que suelo ser yo, la tranquilidad y templanza me ayudó en la búsqueda de ayuda para rescatar a mi compi.
Cuando El Maquis se cayó me asusté muchísimo, la verdad es que cuando recuerdo las imágenes me entra… buf. Una vez que se detuvo y comenzó a quejarse de los tobillos me dije: “Bueno Silvia, algún día podría pasar y este es el elegido, así que tranquilidad, mucha tranquilidad”.
Este sentimiento fue el que me embargó durante toda la bajada por el corredor. El rápel no fue difícil, concentración máxima para unir las cuerdas, según me había enseñado mi maestro Maquis y después de comprobar que todo era correcto pues hacia abajo. No sabéis como se siente una dejando al ser querido allá arriba, no obstante nunca dudé de su capacidad de resistencia y paciencia para esperar el rescate.
Llegué de nuevo al corredor por el que habíamos subido. Al intentar recuperar la cuerda ésta se enganchó en un saliente, si hubiera bajado más despacio tirándola hacia abajo poco a poco no se habría quedado enganchada, pero la ansiedad de llegar al colladín fue más fuerte que la concentración. Otro gran error.
Intenté subir un poco por las rocas para sacar la cuerda pero no podía, estaba muy cansada y cada vez que subía me caía y notaba que perdía fuerzas. Fue una decisión dura dejar allí la cuerda, pero con cuidado conseguiría destrepar el corredor. Y así fue, por dos veces pensé que lo había terminado pero no fue hasta la tercera destrepada en roca cuando vi el final.
¡Llegué!- fue la palabra que más satisfacción me ha causado en toda la vida, había logrado hacer lo más difícil, y puedo asegurar que nunca antes había destrepado con tanta concentración, seguridad y templanza. Fue algo increíble que nunca pensé que pudiera hacer, pero cuando la vida de otra persona depende de ti, haces lo indecible.
Llegué a Fuente Escondida, me quité los crampones, bebí agua y comencé a caminar rápido. Intentaba correr pero las fuerzas no me lo permitían, así que decidí ir con paso firme y seguro, aún tenía que pedir ayuda y en la montaña no puede una despistarse en ningún momento.
La noche era clara así que apagué mi frontal por si fuera necesario en otro momento. Por fin iba a poder llamar por el móvil, pero…. “uf no me lo puedo creer, no hay cobertura, pero si en verano estuve hablando por teléfono, no puede ser”. Subí hasta donde está la antena, fui al balcón, al casetón…. Nada, ni una mísera rayita. Aún así llamé al 112, pero como me había pasado desde que Maquis se cayó, nadie respondió.
“Bueno tranquilidad que supongo que en esta maravillosa cafetería tendrá que haber un teléfono”. Toda mi impotencia y rabia se descargó en la ventana de las instalaciones del cable. La directora del mismo afirmó posteriormente que esas ventanas eran irrompibles, pero ante la desesperación y unos buenos pioletazos nada se resiste. Por cierto, encima me toca pagar la ventana, si lo llego a saber me sirvo una tilita para tranquilizarme.
Después de “sudor y sangre” conseguí entrar en la cafetería. “Imposible, como puede ser que no haya teléfono, si las máquinas de pagar con tarjeta que veía funcionan con línea telefónica”. Pues sí ni un puto teléfono. La directora me confirmó únicamente la existencia un teléfono móvil que estaba en la cocina.
Una vez más me armé de tranquilidad y paciencia para iniciar el descenso por la Jenduda. Primero había que buscar la entrada. Me costó muchísimo a pesar de que la había bajado hacía un par de años. Finalmente entre la memoria y las huellas de las personas que habían bajado esa tarde la encontré. Solamente me topé con un paso complicado, que consistía en una placa de roca cubierta de hielo, pero volviendo a utilizar la templanza y paciencia conseguí superarla.
Pues nada era cuestión de tiempo llegar. Desafortunadamente perdí el camino al finalizar la canal, además mi orientación se contradecía continuamente: “izquierda o derecha, izquierda o derecha”. Después de mucho bajar y subir y bajar y subir me decanté por la izquierda y acerté, volví a encontrar el camino que me llevaría directa hacia abajo.
Estos momentos quizás fueron los más duros dado que ves abajo las luces y dices: “Joder, pero si ya estoy ahí mismo, porqué coño son todo cortados”. En ningún momento desistí de la búsqueda del camino y como tengo comprobado a lo largo de mi vida “El que la sigue la consigue”.
Pasadas las 11 llegué abajo, todo parecía cerrado y realmente no sabía a dónde ir. Vi coches en el hotel El Rebeco y me dirigí hacia allí. El dueño, que seguramente ya estaba dormido, fue quien llamó a la Guardia Civil, nunca podré agradecerle lo que hizo por nosotros.
Para finalizar decir que la espera fue angustiante, no pasaban las horas, pero sabía que mi compañero estaba abrigado, con agua y comida y que su mundo interior y fuerza mental le ayudarían hasta que llegaran a rescatarlo. No me equivoqué.
El Maquis
La espera
La he cagado. Y bien gorda. He fallado y he metido a la cordada en una situación muy complicada. No merezco pensar que sé de escalada, y puede que no merezca tener la oportunidad de volver a meterme en una pared.
Es una noche clara. La luna hace rato ya que se ha puesto, pero hay muchas estrellas en el cielo. Y estrellas fugaces. De vez en cuando, pasan aviones. No se me ocurre contarlos, la verdad. Hubiera sido entretenido. Pienso en la vida en general, de mi vida en particular, y echo cuentas de cuanto tiempo me espera antes de volver a escalar. Justo tras la caída hubiera mandado a la mierda la escalada, pero ahora parece que veo las cosas de otro color y ya no odio tanto al vicio que me trajo hasta aquí.
Es la una de la mañana. Tengo frío, pero la manta de aluminio parece que me resguarda bastante, a tenor de lo que está cayendo. La mochila debajo de mí proporciona un cómodo respaldo para la espalda. El agua de dentro de la mochila empieza a congelarse, así que la protejo dentro de la manta. Estoy tapado hasta las cejas con toda la ropa que tengo, y el mayor frío que me sube por el cuerpo nace en mis maltrechos pies. En mi posición, estoy resguardado del viento que de vez en cuando se pasea por la canal. El dolor es fuerte, muy fuerte. El frío también, pero la mayoría de los segundos es el dolor quien gana la partida.
No puedo evitar el preocuparme por la compañera ¿Habrá llegado bien? ¿No la habré enviado a otro accidente? ¿Habrá podido comunicar desde el cable o habrá tenido que bajar la Jenduda? Hace dos horas que dejé de esperar por el rescate y ya me resigno a ver pasar la noche, y lo que traiga la mañana. Me permito hasta el lujo de cortas cabezadas, aunque tengo pavor a la hipotermia. Duele bastante y a ratos me dan fuertes ataques de tiritonas. De vez en cuando me remuevo un poco, me giro, muevo brazos y piernas. El último cigarro lo fumé a la caída de la tarde, así reservo mi vital flujo sanguíneo para mantenerme lo menos frío posible.
Vuelvo a echar una cabezada. Dentro del templado mundo de mi manta, mis pares de guantes y toneladas de ropa me da tanta pereza sacar la mano para ver la hora que ya me despreocupo de mirar. Dentro, junto al agua y algo de chocolate, está mi cámara de fotos. Sin frontal, mi única forma de comunicarme con los hipotéticos rescatadores es el flash. Me refugio en mis pensamientos y me sumerjo en la noche, ya me da lo mismo la hora. Alguna vez llegará alguien, y si no ya llegará la mañana.
Otra cabezada corta. Miro a la pared encima mío con ojos entreabiertos. Algo blanco se mueve por ella. Abro los ojos. Sí. Luces se recortan en la muralla. Me incorporo y veo reflejos en el pie de vía. Al poco, veo frontales. Ya están aquí. Son las dos y media, más o menos.
El rescate
Cuento tres, o cuatro, frontales. Suben por nuestra misma vía. Gasto el flash para situarme, y tras un rato que se me hace largo intercambiamos voces. Ya están aquí. Ahora, sólo me toca esperar sin moverme (aunque pudiera hacerlo).
Pasa el rato. Suben con calma, pero mucho más rápido que lo que subimos nosotros cuando era de día. No puedo dejar de admirar a este grupo de rescate. Pasan las horas, y sigo esperando, aunque mucho más tranquilo que antes. Sólo puedo desear que no tengan problemas ni se caiga ninguno de mis rescatadores. Ya están debajo de mí. Paso el rato entre echado para mantener el calor y sentado, para poder comunicarme si hace falta. Los frontales se acercan. Ya casi lo puedo acariciar. Ya hablo con ellos sin gritar. Veo el frontal y después el resto del cuerpo. Ya están aquí.
Me saludo con el primero, inmensamente aliviado. Se llama Fran, del GREIM de Potes. Rápidamente, mejora el tinglado y fija cuerda para que suban los demás. Me dice que son ocho, y casi no me lo puedo creer. Me cuenta por encima la odisea de la compañera, y casi no me la puedo creer tampoco. También me cuenta sobre la ruta que siguieron para subir, primero intentando subir en coche hasta Aliva y teniendo que regresar para abrir el teleférico. Enseguida sube otro rescatador. Ahora estamos como en familia, me sirven café y hasta me atrevo a preguntar si alguien tiene tabaco. Un pito de celebración ya sería mi nirvana, aunque no fuera lo más recomendable del mundo. Al poco, un tercero se suma y me trae un saco para estar ya hasta confortable. Otro compañero se quedará por la pared y el resto bajará al Cable para preparar la salida. Son ya cerca de las siete y deciden esperar al alba para pedir helicóptero. Por mi parte, perfecto. Estoy bien, mucho mejor que hace tantas horas. Mi caída me parece lejana, aunque sé que aún está reciente. Llevo quince horas en esta maldita pared, y más de doce en soledad. Ahora estoy en el paraíso.
Me animan, aunque soy consciente del cúmulo de pifias que cometí hoy. Estuve parte de la noche meditando sobre ellas, y aunque algunas pudieran ser justificables, están ahí como una losa en mi alma. Hasta recuperan el material que tan descuidadamente había dejado allá arriba, antes de caerme.
Ya clarea. Enseguida, llega el día, que no el calor. A las nueve, sabemos que el helicóptero del 112 cántabro intentará mi rescate. Al rato, aparece junto a Cabaña Verónica. Me acuerdo de Mariano, como tantas veces en esta noche, y el impagable papel que cumplió tanto tiempo antes de que las circunstancias le hicieran bajar de su nido de águilas.
Da unas cuantas vueltas, y los pilotos se atreven a sacarme justo de debajo de la pared donde me he metido. Sueltan la cuerda guía, y tras algunos intentos mis rescatadores lo consiguen coger. Ahora, baja el cable. En cuestión de segundos, ya estoy enganchado al arnés. De repente, salgo volando. Casi no me da tiempo a agitar la mano para saludar a mis salvadores, que poco a poco van quedando abajo. Lentamente, el helicóptero me remonta. Veo la salida de mi embarque y repito mentalmente los movimientos… tan cerca, tan lejos… la cima, los Picos a vista de pájaro. Quiero volar, pero no de la forma que lo había hecho el día anterior. La blanca panza del pájaro de la libertad está cerca. En un relámpago, estoy dentro de él. Mi vuelo mágico ha sido corto. Me reclino en un lateral y hablo con la tripulación. Mi primer viaje en helicóptero, aunque hubiera deseado que fuese en otras circunstancias. En breves instantes, paramos en el Cable y sube otro miembro más de la tripulación. Alguien saca fotos desde fuera, esas fotos que me inmortalizarán en la prensa. Me atrevo hasta a saludar, “Hola, estoy aquí por fin y contento”.
El vuelo a Santander es rápido, mucho más que la espera. El traslado en ambulancia a Urgencias, igual. Ya estoy en Valdecillas, y por fin estoy completamente en calor. Me esperan aún duros momentos, pero ninguno comparable a los sufridos estos últimos días. Ahora, ya sólo pienso en mi socia.
Una vez en planta, de repente, aparece ella. Nos abrazamos. Ya volvemos a estar juntos, después de horas que se hicieron eternas. Ahora, todo lo que nos quede por delante será nada. Aún tendré que pasar por dos operaciones, y una pesada estancia en el hospital recibiendo el calor de familia, el foro y el resto de amigos. Ahora, por delante está mi recuperación. Lo difícil ya está hecho. Volveremos a la montaña y espero que con la lección aprendida.
Redes y Maquis
Ni la soledad de la noche en la montaña ni la del hotel hizo que perdiéramos la confianza el uno del otro.
INFINITAS GRACIAS A LOS MUCHACHOS DEL GREIM DE POTES, A LOS GERENTES DEL HOTEL EL REBECO, AL PERSONAL QUE ABRIÓ EL TELEFÉRICO DE MADRUGADA, AL HELICÓPTERO DEL 112 Y A TODO EL PERSONAL SANITARIO QUE NOS HAN HECHO PASAR ESTOS MOMENTOS LO MEJOR QUE SUPIERON, QUE FUE MUCHO.
PERDÓN A QUIENES HAYAMOS PODIDO HABER HECHO SUFRIR EN ESTE AMARGO TRANCE.
Editado el 5 de enero de 2008 para añadir agradecimientos importantes que se nos habían pasado antes
El Maquis
Estas palabras, que no sé atribuirlas a nadie en concreto, ondeaban entre la decoración del refugio de Collado Jermoso en los tiempos de Adolfo Cuetara. En su momento me impactaron, y siempre estuve de acuerdo con ellas de alguna u otra forma.
Ahora, en mi situación actual, no puedo sino acordarme de ellas y confirmar amargamente la inmensa verdad que esconden. La armé buena y me espera una aún peor. Recuerdo a Joe Simpson y su canción de Boney M, aunque mi situación es imposible de comparar. No lucho contra la muerte saliendo hacia delante en busca de una salvación incierta; sino que mi vida no corre peligro alguno, mi salud es mala pero no crítica y espero pacientemente por un rescate que se que vendrá tarde o temprano.
Son las 12 de la noche. La Norte del San Carlos, el macizo central de los Picos de Europa. Hace seis horas que estoy sólo y creo que aún tengo por delante una larga espera. El frío y el dolor forman una extraña combinación que entumecen y despiertan mi cuerpo simultáneamente. Bebo un poco y como una chocolatina sin hambre. Me muevo ligeramente, todo lo que puedo. Entre ataques de tiritonas, muevo también los dedos casi continuamente. Espero y tengo sueño. Veo y oigo pasar aviones. Los rudimentos de astronomía que tengo me sirven para entretenerme mirando al cielo. A primera hora de la noche pude ver Tauro y Las Pléyades, también Casiopea. Ahora, tengo la Osa Mayor encima de mi cabeza. La Estrella Polar me marca la conocida posición del Norte, y el Dragón serpentea entre las dos Osas. Estrellas fugaces: ¿Leónidas o Gemínidas? Espero y tengo sueño. ¿Dónde estará mi compañera? ¿Estará bien? ¿No le habrá ocurrido nada en el camino desde Fuente Escondida al Cable?
Pienso en lo que me espera de aquí en adelante. También pienso en la jornada de hoy; repaso los movimientos, corrijo el fatal y último error: Por aquí no, mejor agárrate aquí. No subas el pie derecho, encájalo por otro lado… y pienso en mi cúmulo de fallos de la jornada.
El embarque
Salimos en los primeros viajes del teleférico de Fuente De, el domingo 16 de Diciembre. La previsión meteorológica es muy buena. La ruta de hoy, la Norte del San Carlos, frente a Cabaña Verónica. 300 metros de ruta de III/2 sin grandes dificultades, máximo 60º y un rápido descenso caminando por San Luis hasta El Cable. A las 3, deberíamos estar bajando ya. Si las cosas se tuercen, siempre podemos bajar por la Jenduda con los frontales. Materiales, llevamos las cuerdas de clásica, piolets y crampones, estacas y ancla, tornillos de hielo, clavos, y algunos fisureros. El ocho siempre en la mochila, por si hubiera que rapelar. Cordinos de sobra, nunca se sabe.
Hace calor en el camino a Fuente Escondida. En hora y cuarto llegamos allá. Hay poca nieve, puede que la Norte no esté formada. En Fuente Escondida sacamos los pinchos, comemos, bebemos y miramos las condiciones. Decidimos que por lo menos lo intentaremos. Puede que éste sea nuestro primer error.
La aproximación a pie de vía es pesada, rioladas de nieve polvo sin transformar nos hunden hasta la cintura en los ventisqueros. En otras secciones, la nieve está dura y esperanzadora. Rodeamos la montaña hasta encarar una canal que creemos es la nuestra. Son las doce y media y ya vamos algo justos de tiempo, pero esperamos hacer cumbre entre las tres y las cuatro. El primer error nos llevará a un embarque del que ya no saldremos. Esta canal no tiene una pendiente muy pronunciada (sobre 45º) pero presenta un par de resaltes en roca que nos hace encordarnos para prevenir la caída. Encontramos un clavo con mosquetón, que nos da confianza; creemos que estamos en la ruta buena. Tras un primer largo rápido y sin complicaciones, encaramos un par de ellos en ascensión diagonal a la derecha. El croquis no marca ningún desvío a la derecha hasta salir a la cima, y nosotros lo sabemos, pero los buenos campos de nieve sin inclinación que vemos nos hacen pensar que podremos rodear la banda rocosa que se levanta sobre nuestras cabezas y luego retomar la vía ¡Otro error! ¡Y que importante es éste! ¿De verdad nos creíamos capacitados? ¿Somos tan competentes para marcarnos variantes y salir airosos de éstas?
La caída
Ahora, estamos justo bajo la cima principal. Sabemos que vamos desviados, y sobre nosotros tenemos una pared rocosa que podríamos trepar sin grandes dificultades. Será más dura de lo que parece desde abajo, pero consigo salir del trance sin morirme del miedo. Sólo dos seguros en este tramo, para el siguiente prometo asegurar mejor, por mi bienestar físico y mental. Ahora estamos en una terraza, con una buena reunión en mejor puente de roca. Una canal helada con un corto resalte y un posterior muro de roca nos separan de lo que creemos que es la cima. Ya son las cuatro de la tarde, y las posibilidades se agotan rápidamente. Con dos horas de luz y sabiendo que no volveremos al teleférico, nos planteamos dos alternativas: Abandonar y empalmar rápeles para retroceder por nuestros pasos, o intentar uno o dos largos más para salir a cresta y bajar andando de la cima. La socia es partidaria de la primera opción; yo dudo, pero al final me decido por la segunda. El error fatal.
Salgo a pegarme con el resalte de hielo, que me deja sin fuerzas y en el que dejo un buen tornillo de hielo (otro colocado testimonialmente que ni me molesto en recuperar, ya lo hará la segunda) Ahora, me toca quitar los pinchos y ponerme a trepar por donde creo que no tendré dificultades, un corto muro de roca que parece conduce a un rellano. Voy tan cómodo que ni me molesto en asegurar los pinchos para que no se caigan del seguro emplazamiento donde están. Otro error, aunque éste no tendrá complicaciones. Un empotrador que se mueve es mi más cercano seguro. Pero la salida es más complicada de lo que parecía, y las fuerzas no responden. No siento los pies, y las manos me fallan. Subo el pie derecho, y creo que está firme, me agarro a un saliente, me quedo sin fuerzas. Es curioso, pero el miedo al vuelo desaparece y la convicción de que está ahí lo sustituye. No hay pánico, mi mente se prepara para lo que viene. Intento preparar el cuerpo para el aterrizaje…
Siento el viento, y me veo dar tumbos por la canal. No siento dolor, veo el mundo rodar a mi alrededor. Mi único pensamiento, sereno, ¡quién lo diría!, es “¿Cuándo pararé?”
De repente, me detengo. La socia está debajo de mí. El sistema funciona, me he parado. Miro hacia arriba, cuelgo del tornillo de hielo ¿el empotrador? Reviso mi cuerpo. La cabeza y espalda parece que están bien, las manos responden. Los pies arden de dolor. Enseguida me doy cuenta: los tobillos. La he jodido bien. Mi pierna derecha pasa por encima de mi cabeza atrapada por la cuerda, y la izquierda cuelga inerte y ardiente. La he cagado del todo. La que nos espera.
La socia me desciende los pocos metros que me separan de la reunión. Duele mucho, pero no tengo otra opción. Recoge el guiñapo en que se ha convertido su compañero y lo asegura a la reunión. Rescatar las cuerdas de debajo de mi cuerpo es un proceso lento y doloroso, que lleva sudor y lágrimas. Fumamos para calmar el dolor y templar el ánimo, y miramos a nuestro alrededor. Son casi las cinco de la tarde y estamos atrapados en un desierto helado. La he cagado, y la socia está atrapada conmigo. Hay que pensar en la forma de salir. Hay que evitar que caigamos en el pánico, y ser metódicos en los movimientos.
No hay cobertura, lógicamente. Gritamos a Cabaña Verónica, tan cercana. Mariano no está, y creemos que nuestras voces se las llevará el viento. No vemos a nadie, ni oímos a nadie. Las masificaciones del verano no son las del invierno, y Picos es un desierto de hielo del que tenemos que escapar. Gritamos un rato, hasta que ya sabemos que no tendremos respuesta. Hay que tomar decisiones.
La soledad
El autorrescate me parece complicado. Soy más pesado que la socia y nos puede llevar una eternidad llegar al pie de vía, aparte de la agonía que me supondrá. Mi posición es cómoda, bajo la muralla cimera del San Carlos, y tengo vista al pie de vía. Fríamente, decidimos que ella tiene que bajar mientras yo espero al rescate. Mientras prepara el primer rápel, saco la manta de aluminio y me abrigo con todo lo que tengo. Me preparo para pasar el rato lo mejor que pueda. Ella también esta lista. Un “hasta ahora”, un abrazo, y desaparece de mi vista. Al poco rato, recupera cuerda. Veo desparecer mi último vínculo físico con la humanidad, y me siento triste.
La animo. Poco a poco. Con calma. Ya son más de las seis de la tarde. Mi transmisor voló en la caída, al igual que el frontal (de forma misteriosa, ya que estaba en la seta de la mochila; en las manos tengo lo que queda de él, el cristal). A voces, me comunica sus progresos en el descenso, ya dentro de la oscuridad de la noche. Un último grito ya en la noche, “¡¡¡Llegueeeeeeeeeeeeeee!!!” “¡¡¡oiiiiiiiiiiiiiiidooooooo!!!”; veo su frontal desparecer hacia Fuente Escondida.
Ahora estoy sólo. Sólo y triste.
Redes
Nunca sabes cómo vas a actuar hasta que te encuentras en una situación crítica. Afortunadamente, para lo histérica que suelo ser yo, la tranquilidad y templanza me ayudó en la búsqueda de ayuda para rescatar a mi compi.
Cuando El Maquis se cayó me asusté muchísimo, la verdad es que cuando recuerdo las imágenes me entra… buf. Una vez que se detuvo y comenzó a quejarse de los tobillos me dije: “Bueno Silvia, algún día podría pasar y este es el elegido, así que tranquilidad, mucha tranquilidad”.
Este sentimiento fue el que me embargó durante toda la bajada por el corredor. El rápel no fue difícil, concentración máxima para unir las cuerdas, según me había enseñado mi maestro Maquis y después de comprobar que todo era correcto pues hacia abajo. No sabéis como se siente una dejando al ser querido allá arriba, no obstante nunca dudé de su capacidad de resistencia y paciencia para esperar el rescate.
Llegué de nuevo al corredor por el que habíamos subido. Al intentar recuperar la cuerda ésta se enganchó en un saliente, si hubiera bajado más despacio tirándola hacia abajo poco a poco no se habría quedado enganchada, pero la ansiedad de llegar al colladín fue más fuerte que la concentración. Otro gran error.
Intenté subir un poco por las rocas para sacar la cuerda pero no podía, estaba muy cansada y cada vez que subía me caía y notaba que perdía fuerzas. Fue una decisión dura dejar allí la cuerda, pero con cuidado conseguiría destrepar el corredor. Y así fue, por dos veces pensé que lo había terminado pero no fue hasta la tercera destrepada en roca cuando vi el final.
¡Llegué!- fue la palabra que más satisfacción me ha causado en toda la vida, había logrado hacer lo más difícil, y puedo asegurar que nunca antes había destrepado con tanta concentración, seguridad y templanza. Fue algo increíble que nunca pensé que pudiera hacer, pero cuando la vida de otra persona depende de ti, haces lo indecible.
Llegué a Fuente Escondida, me quité los crampones, bebí agua y comencé a caminar rápido. Intentaba correr pero las fuerzas no me lo permitían, así que decidí ir con paso firme y seguro, aún tenía que pedir ayuda y en la montaña no puede una despistarse en ningún momento.
La noche era clara así que apagué mi frontal por si fuera necesario en otro momento. Por fin iba a poder llamar por el móvil, pero…. “uf no me lo puedo creer, no hay cobertura, pero si en verano estuve hablando por teléfono, no puede ser”. Subí hasta donde está la antena, fui al balcón, al casetón…. Nada, ni una mísera rayita. Aún así llamé al 112, pero como me había pasado desde que Maquis se cayó, nadie respondió.
“Bueno tranquilidad que supongo que en esta maravillosa cafetería tendrá que haber un teléfono”. Toda mi impotencia y rabia se descargó en la ventana de las instalaciones del cable. La directora del mismo afirmó posteriormente que esas ventanas eran irrompibles, pero ante la desesperación y unos buenos pioletazos nada se resiste. Por cierto, encima me toca pagar la ventana, si lo llego a saber me sirvo una tilita para tranquilizarme.
Después de “sudor y sangre” conseguí entrar en la cafetería. “Imposible, como puede ser que no haya teléfono, si las máquinas de pagar con tarjeta que veía funcionan con línea telefónica”. Pues sí ni un puto teléfono. La directora me confirmó únicamente la existencia un teléfono móvil que estaba en la cocina.
Una vez más me armé de tranquilidad y paciencia para iniciar el descenso por la Jenduda. Primero había que buscar la entrada. Me costó muchísimo a pesar de que la había bajado hacía un par de años. Finalmente entre la memoria y las huellas de las personas que habían bajado esa tarde la encontré. Solamente me topé con un paso complicado, que consistía en una placa de roca cubierta de hielo, pero volviendo a utilizar la templanza y paciencia conseguí superarla.
Pues nada era cuestión de tiempo llegar. Desafortunadamente perdí el camino al finalizar la canal, además mi orientación se contradecía continuamente: “izquierda o derecha, izquierda o derecha”. Después de mucho bajar y subir y bajar y subir me decanté por la izquierda y acerté, volví a encontrar el camino que me llevaría directa hacia abajo.
Estos momentos quizás fueron los más duros dado que ves abajo las luces y dices: “Joder, pero si ya estoy ahí mismo, porqué coño son todo cortados”. En ningún momento desistí de la búsqueda del camino y como tengo comprobado a lo largo de mi vida “El que la sigue la consigue”.
Pasadas las 11 llegué abajo, todo parecía cerrado y realmente no sabía a dónde ir. Vi coches en el hotel El Rebeco y me dirigí hacia allí. El dueño, que seguramente ya estaba dormido, fue quien llamó a la Guardia Civil, nunca podré agradecerle lo que hizo por nosotros.
Para finalizar decir que la espera fue angustiante, no pasaban las horas, pero sabía que mi compañero estaba abrigado, con agua y comida y que su mundo interior y fuerza mental le ayudarían hasta que llegaran a rescatarlo. No me equivoqué.
El Maquis
La espera
La he cagado. Y bien gorda. He fallado y he metido a la cordada en una situación muy complicada. No merezco pensar que sé de escalada, y puede que no merezca tener la oportunidad de volver a meterme en una pared.
Es una noche clara. La luna hace rato ya que se ha puesto, pero hay muchas estrellas en el cielo. Y estrellas fugaces. De vez en cuando, pasan aviones. No se me ocurre contarlos, la verdad. Hubiera sido entretenido. Pienso en la vida en general, de mi vida en particular, y echo cuentas de cuanto tiempo me espera antes de volver a escalar. Justo tras la caída hubiera mandado a la mierda la escalada, pero ahora parece que veo las cosas de otro color y ya no odio tanto al vicio que me trajo hasta aquí.
Es la una de la mañana. Tengo frío, pero la manta de aluminio parece que me resguarda bastante, a tenor de lo que está cayendo. La mochila debajo de mí proporciona un cómodo respaldo para la espalda. El agua de dentro de la mochila empieza a congelarse, así que la protejo dentro de la manta. Estoy tapado hasta las cejas con toda la ropa que tengo, y el mayor frío que me sube por el cuerpo nace en mis maltrechos pies. En mi posición, estoy resguardado del viento que de vez en cuando se pasea por la canal. El dolor es fuerte, muy fuerte. El frío también, pero la mayoría de los segundos es el dolor quien gana la partida.
No puedo evitar el preocuparme por la compañera ¿Habrá llegado bien? ¿No la habré enviado a otro accidente? ¿Habrá podido comunicar desde el cable o habrá tenido que bajar la Jenduda? Hace dos horas que dejé de esperar por el rescate y ya me resigno a ver pasar la noche, y lo que traiga la mañana. Me permito hasta el lujo de cortas cabezadas, aunque tengo pavor a la hipotermia. Duele bastante y a ratos me dan fuertes ataques de tiritonas. De vez en cuando me remuevo un poco, me giro, muevo brazos y piernas. El último cigarro lo fumé a la caída de la tarde, así reservo mi vital flujo sanguíneo para mantenerme lo menos frío posible.
Vuelvo a echar una cabezada. Dentro del templado mundo de mi manta, mis pares de guantes y toneladas de ropa me da tanta pereza sacar la mano para ver la hora que ya me despreocupo de mirar. Dentro, junto al agua y algo de chocolate, está mi cámara de fotos. Sin frontal, mi única forma de comunicarme con los hipotéticos rescatadores es el flash. Me refugio en mis pensamientos y me sumerjo en la noche, ya me da lo mismo la hora. Alguna vez llegará alguien, y si no ya llegará la mañana.
Otra cabezada corta. Miro a la pared encima mío con ojos entreabiertos. Algo blanco se mueve por ella. Abro los ojos. Sí. Luces se recortan en la muralla. Me incorporo y veo reflejos en el pie de vía. Al poco, veo frontales. Ya están aquí. Son las dos y media, más o menos.
El rescate
Cuento tres, o cuatro, frontales. Suben por nuestra misma vía. Gasto el flash para situarme, y tras un rato que se me hace largo intercambiamos voces. Ya están aquí. Ahora, sólo me toca esperar sin moverme (aunque pudiera hacerlo).
Pasa el rato. Suben con calma, pero mucho más rápido que lo que subimos nosotros cuando era de día. No puedo dejar de admirar a este grupo de rescate. Pasan las horas, y sigo esperando, aunque mucho más tranquilo que antes. Sólo puedo desear que no tengan problemas ni se caiga ninguno de mis rescatadores. Ya están debajo de mí. Paso el rato entre echado para mantener el calor y sentado, para poder comunicarme si hace falta. Los frontales se acercan. Ya casi lo puedo acariciar. Ya hablo con ellos sin gritar. Veo el frontal y después el resto del cuerpo. Ya están aquí.
Me saludo con el primero, inmensamente aliviado. Se llama Fran, del GREIM de Potes. Rápidamente, mejora el tinglado y fija cuerda para que suban los demás. Me dice que son ocho, y casi no me lo puedo creer. Me cuenta por encima la odisea de la compañera, y casi no me la puedo creer tampoco. También me cuenta sobre la ruta que siguieron para subir, primero intentando subir en coche hasta Aliva y teniendo que regresar para abrir el teleférico. Enseguida sube otro rescatador. Ahora estamos como en familia, me sirven café y hasta me atrevo a preguntar si alguien tiene tabaco. Un pito de celebración ya sería mi nirvana, aunque no fuera lo más recomendable del mundo. Al poco, un tercero se suma y me trae un saco para estar ya hasta confortable. Otro compañero se quedará por la pared y el resto bajará al Cable para preparar la salida. Son ya cerca de las siete y deciden esperar al alba para pedir helicóptero. Por mi parte, perfecto. Estoy bien, mucho mejor que hace tantas horas. Mi caída me parece lejana, aunque sé que aún está reciente. Llevo quince horas en esta maldita pared, y más de doce en soledad. Ahora estoy en el paraíso.
Me animan, aunque soy consciente del cúmulo de pifias que cometí hoy. Estuve parte de la noche meditando sobre ellas, y aunque algunas pudieran ser justificables, están ahí como una losa en mi alma. Hasta recuperan el material que tan descuidadamente había dejado allá arriba, antes de caerme.
Ya clarea. Enseguida, llega el día, que no el calor. A las nueve, sabemos que el helicóptero del 112 cántabro intentará mi rescate. Al rato, aparece junto a Cabaña Verónica. Me acuerdo de Mariano, como tantas veces en esta noche, y el impagable papel que cumplió tanto tiempo antes de que las circunstancias le hicieran bajar de su nido de águilas.
Da unas cuantas vueltas, y los pilotos se atreven a sacarme justo de debajo de la pared donde me he metido. Sueltan la cuerda guía, y tras algunos intentos mis rescatadores lo consiguen coger. Ahora, baja el cable. En cuestión de segundos, ya estoy enganchado al arnés. De repente, salgo volando. Casi no me da tiempo a agitar la mano para saludar a mis salvadores, que poco a poco van quedando abajo. Lentamente, el helicóptero me remonta. Veo la salida de mi embarque y repito mentalmente los movimientos… tan cerca, tan lejos… la cima, los Picos a vista de pájaro. Quiero volar, pero no de la forma que lo había hecho el día anterior. La blanca panza del pájaro de la libertad está cerca. En un relámpago, estoy dentro de él. Mi vuelo mágico ha sido corto. Me reclino en un lateral y hablo con la tripulación. Mi primer viaje en helicóptero, aunque hubiera deseado que fuese en otras circunstancias. En breves instantes, paramos en el Cable y sube otro miembro más de la tripulación. Alguien saca fotos desde fuera, esas fotos que me inmortalizarán en la prensa. Me atrevo hasta a saludar, “Hola, estoy aquí por fin y contento”.
El vuelo a Santander es rápido, mucho más que la espera. El traslado en ambulancia a Urgencias, igual. Ya estoy en Valdecillas, y por fin estoy completamente en calor. Me esperan aún duros momentos, pero ninguno comparable a los sufridos estos últimos días. Ahora, ya sólo pienso en mi socia.
Una vez en planta, de repente, aparece ella. Nos abrazamos. Ya volvemos a estar juntos, después de horas que se hicieron eternas. Ahora, todo lo que nos quede por delante será nada. Aún tendré que pasar por dos operaciones, y una pesada estancia en el hospital recibiendo el calor de familia, el foro y el resto de amigos. Ahora, por delante está mi recuperación. Lo difícil ya está hecho. Volveremos a la montaña y espero que con la lección aprendida.
Redes y Maquis
Ni la soledad de la noche en la montaña ni la del hotel hizo que perdiéramos la confianza el uno del otro.
INFINITAS GRACIAS A LOS MUCHACHOS DEL GREIM DE POTES, A LOS GERENTES DEL HOTEL EL REBECO, AL PERSONAL QUE ABRIÓ EL TELEFÉRICO DE MADRUGADA, AL HELICÓPTERO DEL 112 Y A TODO EL PERSONAL SANITARIO QUE NOS HAN HECHO PASAR ESTOS MOMENTOS LO MEJOR QUE SUPIERON, QUE FUE MUCHO.
PERDÓN A QUIENES HAYAMOS PODIDO HABER HECHO SUFRIR EN ESTE AMARGO TRANCE.
Editado el 5 de enero de 2008 para añadir agradecimientos importantes que se nos habían pasado antes
Última edición por El Maquis el Lun Jun 06, 2011 9:53 pm, editado 2 veces en total.
Tan sólo me queda, rendir admiración, no puedo por menos, que sentirla por haber afrontado ese dificil trance, con la serenidad suficiente, y la valentía, por que no decirlo, para salir del mismo.
No quiero ser pedante en las alabanzas, creo que no las necesitais, lo que si os digo de corazón, es qué teneís todo mi ánimo para esa travesía que os queda.
Os espero en la montaña, estoy seguro que allí nos volveremos a encontrar.
Saludos.
" En ellos desearíamos vivir y morir, pero esto último en Ordiales, en el Reino encantado de Los Rebecos y Las Águilas "
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Escalofríos recorren mi cuerpo mientras leo vuestras líneas...
... si habéis superado "esto" sois capaces de superar cualquier cosa...
Mucho ánimo y aquí estamos pa lo que haga falta...
Salud compañeros!
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"...DEJEMOS DE LLAMAR NORMAL A LO QUE TODOS HACEN... BIEN HECHO Y NORMAL NO ES LO MISMO..." (Los DelTonos)
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Mucho animo, suerte de tener tan buena compañera de cordada, que la recuperacion sea rápida.
Nunca discutas con un tonto... La gente quizá no distinga la diferencia.
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Sencillamente GRACIAS por compartir algo tan personal con todos nosotros, y mucho ANIMO para los dos!
Besos
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Antes de nada que te recuperes lo antes posible.
Después deciros que admiro de verdad la entereza y la capacidad de reacción que tuvísteis ambos. Redes, Bajaste la Jenduda a oscuras, :shock: , déjame que te incluya en mi grupo reducido de heroínas, por favor...yo he visto gente bajar algunos tramos a cuatro patas, pero de día
Mi más sincera enhorabuena también a los GREIM de Potes, muy buen trabajo
Opino que quizá si hubiera habido alguien en Cabaña Verónica os habrían oído y no habría sido necesario bajar al cable ni bajar la Jenduda, o al menos Redes habría llegado mucho antes a Cabaña Verónica que a Fuente Dé. De haber tenido El Maquis lesiones graves, la diferencia de tiempo entre una y otra opción habría podido ser clave
Muchas gracias por compartir el asombroso relato que ojalá nunca hubiérais tenido que escribir...
Crls
Después deciros que admiro de verdad la entereza y la capacidad de reacción que tuvísteis ambos. Redes, Bajaste la Jenduda a oscuras, :shock: , déjame que te incluya en mi grupo reducido de heroínas, por favor...yo he visto gente bajar algunos tramos a cuatro patas, pero de día
Mi más sincera enhorabuena también a los GREIM de Potes, muy buen trabajo
Opino que quizá si hubiera habido alguien en Cabaña Verónica os habrían oído y no habría sido necesario bajar al cable ni bajar la Jenduda, o al menos Redes habría llegado mucho antes a Cabaña Verónica que a Fuente Dé. De haber tenido El Maquis lesiones graves, la diferencia de tiempo entre una y otra opción habría podido ser clave
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Carlos Gil
carlos.gilcachon@movistar.es
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